sábado, 24 de mayo de 2008


Un lugar que debería ser de visita obligatoria es sin duda el monasterio de Ripoll, la capital de la comarca del Ripollés, un edificio románico que en Catalunya sólo puede competir con Poblet o Sant Pere de Rodes. Llegar hasta la población no es difícil, cogemos la C-17 en Barcelona y todo para arriba, hacia el norte hasta llegar al pueblo. Allí dejamos el coche donde mejor podamos y nos dirigimos al monasterio, algo muy sencillo de localizar gracias a las excelentes indicaciones. El edificio está situado en una gran plaza de suma belleza, en el centro del casco histórico del venerable Ripoll. Es ideal sentarse en uno de los bancos de piedra de la plaza y contemplar el monasterio que tenemos en frente para imbuirnos del ambiente medieval que nos espera una vez crucemos sus puertas, pero si queremos tomar un tentempié antes de iniciar la visita es digno de ver el museo situado en la plaza, museo "etnográfico y del hierro" en el que observaremos viejos artilugios siderúrgicos así como todo tipo de objetos arqueológicos.

Bien, llegó el momento de meternos en el meollo. Pagamos la entrada y entramos, Pero cuidado, no nos precipitemos. Antes de entrar contemplemos el pórtico: Presidiédolo está el Cristo en Majestad o Pantócrator típico del románico rodeado de ángeles y los cuatro evangelistas. A izquierda y derecha están situados los 24 ancianos del apocalípsis. Debajo del pantocrator encontramos a los Bienaventurados, esculturas de animales, diversas escenas bíblicas ( traslado del arca de la alianza a Jerusalén, San Pedro con la llave, Jonás en la ballena etc.. ) y la representación de los meses del año con una figuración ( por ejemplo al lado de abril vemos la escultura de un campesino observando un campo de trigo ).

Una vez en el interior, notaremos inmediatamente el frescor propio de estas edificaciones algo que se agradece especialmente en verano, no obstante andaros con ojo pues tanta piedra junta es un lugar ideal para que se desarrollen ciertos especímenes que pueden resultar desagradables; esto lo digo porque en un de mis visitas me encontré con un escorpión correteando alegremente por una de las paredes del edificio.

En fin, como digo, una vez dentro de la iglesia del monasterio nos deleitaremos con las cinco naves que la conforman, así como con su transepto cubierto con la típica vuelta de cañón románica y los siete hermosos ábsides. La verdad es que prefiero no empezar a divagar con las peculiaridades arquitectónicas, pues supongo que si empiezo a describir el atrio, cimborio, cruceros, pechinas o motivos lombardos aburriré sobremanera a más de unos. Sólo decir que, como todo edificio del primer románico, éste es sombrío pero de agradable visión; en cualquier rincón podemos encontrar capiteles con motivos florarles, animales o antropomorfos que nos retrotraen a la Alta Edad Media. En el interior de la Iglesia podemos ver la tumba del conde de Barcelona y fundador del monasterio, Guifré el Pilós ( s. IX ),considerado uno de los padres fundadores de Catalunya. En honor a la verdad la tumba del conde es más bien cutre y dudo muchísimo que allí se encuentren sus huesos después de 1200 años de conflictos, incendios y saqueos.

Del monasterio original tan sólo queda en pie la iglesia, el campanario y el claustro. Éste último es de IM-PRES-CIN-DI-BLE visita. Este claustro combina elementos románicos y góticos ya que se construyó durante la transición de un periodo al otro. Consta de dos pisos con trece arcos cada uno, profusamente decorado, especialmente los capiteles de tipo corintio. En el lugar se encuentran varias tumbas y en el centro está el típico jardincito con fuente, vamos, que es un lugar idóneo para pasear. Uno empieza a dar vueltas por el claustro y no encuentra el momento de abandonarlo, lo digo por experiencia. Olvidaba decir que el claustro inferior es una especie de museo en el que se muestran sarcófagos, lápidas, trozos de capiteles etc...

Cuesta abandonar el monasterio, incluso un ateo como yo deseó en ocasiones meterse a monje sólo por vivir entre las paredes de tal belleza, pero la dura realidad se impone y debemos de abandonar las tranquilas y relajantes paredes del edifico antes de que los de seguridad nos indiquen amablemente como salir. No obstante siempre podemos llevarnos un recuerdo en forma de souvenir, que de eso os aseguro que encontraréis.

Si cuando acabéis la visita aún tenéis mono de arte románico os aconsejo que toméis vuestro vehículo para ir a la espléndida de Sant Joan de les Abadesses, a pocos kilómetros de Ripoll.


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